Ante las exigencias y retos que se plantean al hombre en los inicios del siglo XXI, se requiere responder y preparar a los ciudadanos de este siglo con nuevas metodologías, habilidades o aptitudes que le permitan hacer frente a esos retos de manera crítica y autónoma.
Por siempre, el aprendizaje ha sido y será efectivo cuando éste, tiene significado para el estudiante. Para ello es importante que el alumno sienta que lo que está haciendo es significativo y además tenga sentido.
El aprendizaje creativo y significante no tiene lugar ni tiempo, es decir, éste debe ser espontáneo y ocurre en cualquier momento de la cotidianeidad del estudiante. No obstante el entorno cultural puede contribuir a la creatividad en los aprendizajes de los alumnos por medio de ambientes adecuados y ricos en materiales para promover dichos aprendizajes.
Otro aspecto fundamental para que los aprendizajes se sustenten en modelos activos y creativos, es que debe partirse de los intereses de los jóvenes. Esta teoría no es nueva, Ovide Decroly (1871 – 1932) y Edward Claparede (1873 – 1940) lo sustentaron y pusieron en práctica con sus experiencias. Decroly incluso propuso que los contenidos escolares deben girar en torno a “centros de interés”.
En el centro de interés el alumno debe observar, manipular y expresarse. Así por ejemplo, si se estudian las abejas, debería disponerse de un apiario, verlas nacer, crecer, observarlas en su entorno y actividad cotidiana. Al estudiar su alimentación y producción de miel, habría que viajar al campo para observar las plantas de donde se alimentan y proveen de néctar y todas las relaciones con las personas que han plantado sus fuentes primarias de miel y sus relaciones con las industrias en la comunidad.
En la ciudad las y los estudiantes podrían visitar esas industrias que utilizan y trabajan con los derivados del apiario, teniendo en cuenta que siempre se debe promover la observación y la experimentación con la naturaleza. Todo docente sabe que un estudiante motivado aprende más. En consecuencia es importante determinar ¿qué factores determinan los intereses del individuo?, ¿qué factor aportamos las demás personas en su selección?, ¿cuál los padres o los docentes?
Tal como dice Julián de Zubiría, [JDEZUBIRIA94, 87]:
La pregunta pedagógica que se deriva de lo anteriormente dicho es hasta que punto los programas curriculares pueden depender de los intereses, si en primer lugar, estos no están presentes aún en los infantes y si, en segundo lugar, las motivaciones existentes son esporádicas y temporales.
Como apunta la cita anterior, es la totalidad del individuo la que percibe, piensa y actúa. Como consecuencia de esa actividad global, los objetos, los acontecimientos, las percepciones, las ideas y los actos adquieren un carácter integral, que no se podría atender sino mediante un currículo integrado, lo que se podría propiciar de una manera estupenda bajo un enfoque de trabajo por proyectos transdisciplinarios utilizando un modelo pedagógico enriquecido con diversos microambientes como herramienta de trabajo.
El hecho de que se tomen en cuenta los intereses y motivaciones de los jóvenes propende hacia la búsqueda de aprendizajes significativos, es decir aprendizajes comprensibles y relevantes para el pensamiento con un predominio de aprendizaje por descubrimiento.
En un ambiente exploratorio, se les permite a los aprendices plasmar sus ideas y formas de pensar utilizando diversos recursos. Esas actividades que desarrollan se constituyen en actividades creadoras, en las que se expresan los conocimientos, deseos, gustos y formas mentales para cada individuo. El enfoque y el ambiente propiciado en la educación se contrapone al de utilizar preguntas y respuestas. Este enfoque de “programar” a los aprendices es actualmente combatido por muchos críticos y especialistas en educación.
El enfoque propuesto, no merece esas críticas ya que consiste en invertir esa situación, es decir el alumno programa, convirtiéndose en controlador del ambiente y creador de situaciones novedosas.
Los docentes deben promover un ambiente con una función imaginativa y original, como elemento que se le provee al estudiante para que descubra, comprenda y pueda adquirir dominio sobre la realidad circundante. La idea no son salas repletas de computadoras; estas por sí solas no favorecen la creatividad y no son agentes que aseguren que la calidad de la educación se incrementará.
Para mejorar la calidad de la educación y favorecer la creatividad en los estudiantes, es necesario que el docente tenga claridad de su rol como agente facilitador que promueva en el estudiante el análisis de problemas, la elaboración de abstracciones, formalizar soluciones y considerar sus errores no como fallas garrafales u “horrores”, sino como obstáculos temporales por superarse y que posibilitan la reconstrucción del conocimiento.
Se deben plantear situaciones ricas en experiencias lógicas, fomentando el gusto de la creación. Para ello el estudiante creará programas interesantes, en un ambiente de libertad y creatividad en un proceso eminentemente formativo.
En esta situación el alumno vive un verdadero proceso de personalización y moralización ya que fomenta y potencia su autoestima e individualidad, al mismo tiempo que al ejercer la libertad con responsabilidad (cada quién asume la responsabilidad de sus acciones) le moraliza; metas fundamentales del proceso desde la perspectiva antropológica de la educación. Al respecto [KAMII] escribe: “…para Piaget la autonomía es tanto intelectual como social, afectiva y moral; y la finalidad de la educación es producir individuos autónomos que sean capaces de respetar la misma autonomía en otras personas”.
No se deja de lado el aspecto humanista de la educación, la racionalidad del lenguaje contribuye a realzar el proceso creativo del aprendizaje. Al respecto el sistema educativo debe propender hacia la búsqueda del humanismo, para favorecer el desarrollo intelectual e intrapersonal del ser, capaz de transformarse y buscar niveles superiores de pensamiento y de calidad de vida.